No hay felicidad mayor que la llegada de un hijo, sobre todo si ha sido largamente esperado. Ese momento da inicio a una nueva etapa en la vida familiar. La crianza lleva implícito el sello del aprendizaje, pero no sólo el de los hijos bajo la tutela de sus padres, sino también el de estos adultos que no siempre saben cómo hacerlo y experimentan múltiples dudas, inquietudes, temores y expectativas, alternando entre éxitos y fracasos. Lo importante es aprender de los errores para ser cada vez mejor. Y es así que, por medio del propio aprendizaje, enseñamos a los hijos.
Todos los padres tienen temores, tanto con respecto a sus hijos como sobre ellos mismos. ¿Irá a nacer sano? ¿Tendrá amigos? ¿Y si es rebelde, lograré manejarlo? ¿Podré seguir haciendo mi vida? Son miedos comunes, pero en el caso de los padres adoptivos, y sobre todo los primerizos, éstos se acentúan provocándoles gran ansiedad. Mientras esperan, son muchas las fantasías que giran en torno al niño que llegará.
Ya con su hijo en los brazos, la ansiedad disminuye, pero las preocupaciones permanecen, en la medida que los padres son capaces de visualizar el desafío que implica la crianza. Si bien la familia adoptiva comparte las etapas de las familias constituidas biológicamente, a medida que avanza en su ciclo vital va encontrando nuevas demandas y tareas específicas a su condición, las cuales, al ser cumplidas con éxito, sientan bases sólidas para su desarrollo y proyección en el futuro.
Primeras aprensiones
Antes de adentrarnos en los desafíos que deberán enfrentar los padres adoptivos en una primera etapa, nos detendremos en los principales temores que viven previo a la llegada de los hijos. De acuerdo a Alejandra Aspillaga, psicóloga del Instituto Chileno de Terapia Familiar, “muchos de ellos tienen que ver con el vínculo que van a construir con este niño tan deseado. Están muy centrados en el encuentro mismo, por lo que sus preguntas van a apuntar a si la relación se va a dar naturalmente o no, qué les va a pasar a ellos, si será distinto a lo que ocurre en la paternidad biológica, si lograrán el apego”.
Fernando Pizarro, psicólogo de la Fundación San José para la Adopción, agrega que también existe temor al origen desconocido del niño: “quién es, de dónde viene, qué problemáticas lo cruzan… un miedo que reaparecerá en otras ocasiones en el futuro”.
Una vez concretada la adopción, estos temores cambian, ya que los nuevos padres empiezan a enfrentarse a los problemas de la crianza y a los cambios de vida que implica incluir a un otro: están felices, pero también los frustra el hecho de que, a lo mejor, no entienden las razones del llanto de su hijo, o el que su dinámica como pareja haya cambiado… tal como ocurre en cualquier familia. “Sin embargo, como no tienen referentes, estos padres empiezan a preguntarse si todo esto no se deberá a que el niño es adoptado”, dice Aspillaga.
Fernando Pizarro agrega: “Los desafíos que enfrentan los papás primerizos biológicos son los mismos que los que presentan los papás adoptivos. Los padres biológicos no se han conocido como papás, no saben cómo son las cosas, tienen miedo a cometer errores, no saben discriminar las señales que el niño manda. Pero los adoptivos, al no tener ese precedente, sienten que todos estos temores y dificultades se deben a la adopción, cuando en realidad son propios de toda paternidad”.
Es por eso que resulta fundamental entender que el cuidado y crianza de los hijos implica muchas demandas. Por lo mismo, y pese a la enorme ilusión, amor y cariño que se les tenga, es común y esperable sentirse agobiados en algún momento.
Los desafíos de los padres adoptivos
Contar la historia de su adopción
Uno de los principales desafíos que deben enfrentar los padres, es contarle a su hijo que es adoptado. Incluso antes de conocerlo, ya se preguntan ¿Cuándo le contaremos? ¿Cómo se lo decimos? ¿A qué edad? ¿Estará preparado? ¿Entenderá? Es lo que se conoce como “proceso de revelación”, el que se debe comprender como un camino que se va construyendo con afecto, confianza y seguridad. No se trata de un momento puntual en el que los padres le entregan información al niño. Es mucho más que eso, es acompañar al hijo a construir, comprender y apreciar su propia historia, que ciertamente comenzó antes de su adopción.
1. Lograr un apego seguro
El objetivo principal de todo padre debiera ser el apego con su hijo. Se trata de un tipo de vínculo afectivo constante y duradero que toda persona necesita para vivir.
En el ser humano un buen apego proporciona la seguridad emocional indispensable para el desarrollo de las habilidades psicológicas y sociales. De la solidez del vínculo que se forme, depende el desarrollo de una serie de aspectos clave para el futuro del niño: autoestima, desarrollo cognitivo, estabilidad emocional… Según explica Pizarro, “éste también implica la capacidad afectiva para formar otros vínculos en la vida; en definitiva, la capacidad de amar y ser amados”. Su importancia es tal, que para un niño no es posible vivir y desarrollarse sin ningún tipo de apego. “La alta vulnerabilidad con la que los humanos nacemos, requiere de un mínimo de apego. Sin embargo, uno a medias o inseguro, puede traer consecuencias muy negativas en la conformación de la identidad del individuo”, asegura el especialista.
El apego seguro se consigue sólo con una presencia continua, incondicional y nutritiva en lo físico y en lo afectivo, pero en el caso de los padres adoptivos, presenta una exigencia particular: Estos padres son conscientes de que a su hijo lo reciben con una mayor vulnerabilidad, dada su exposición a situaciones que no son ni por mucho las deseables: rechazo gestacional, probablemente ausencia de controles durante el embarazo, ambivalencia de la progenitora a asumir o no su cuidado, separación temprana de la madre biológica. En ese sentido, los padres adoptivos cumplen un rol fundamental en reparar el daño, un desafío que sin duda es objetivo, necesario y real, pero que debe tomarse con calma. “La ansiedad de los padres a veces es tanta, que pretenden arreglar todo en un primer momento… ¡y tienen toda la vida para ello!”, reflexiona Pizarro.
Todo esto no se construye en un solo día, ya que es un proceso delicado, fruto del conocimiento mutuo, el cuidado y el cariño diario. Para los padres, el ir adaptándose a las tareas y responsabilidades que involucra su rol no es fácil, como tampoco lo es conocer las necesidades y características particulares de cada hijo. El apego es una tarea de descubrimiento y creatividad, que implica comenzar a confiar en las propias habilidades, en ponerse a prueba y en disfrutar del tremendo amor que se genera al cuidar y compartir con un hijo.
2. Poner límites para proteger
A algunos padres no les resulta fácil comprender que los límites, las reglas, los “no”, son parte primordial en la satisfacción de las necesidades que tiene un niño. Otros consideran que bebés de dos, cuatro, seis meses manipulan a través del llanto, y por eso se apuran en establecer reglas inflexibles.
Es cierto que los límites son tan importantes como el cariño que se le entrega a un niño, pero igualmente valioso es saber establecerlos en el tiempo y la medida justos.
Durante los primeros meses de vida, necesitan cariño y amor; con palabras y actitudes se les puede ir preparando para lo que serán las reglas del futuro. “La falta de límites se manifiesta recién a partir del año y medio, cuando empiezan las pataletas y el niño ha comenzado a diferenciarse de los padres; cuando se descubre como una persona independiente –pronto dejará de hablar en tercera persona al referirse sobre sí mismo- surge la necesidad de poner límites”, dice Pizarro.
El tema de la disciplina emerge como un problema altamente delicado para los padres adoptivos, en que el proceso de educación requiere de un profundo convencimiento de que éste es verdaderamente su hijo. Como explica Alejandra Aspillaga, en ellos a veces subyace la pregunta: ¿Es completamente nuestro si no lo engendramos? ¿Tenemos, entonces, derecho a establecer estos límites? La respuesta definitivamente es sí.
Poner límites es fundamental para darle un marco de seguridad; un niño con límites claros y de acuerdo a su edad es un niño seguro, que se siente contenido, que sabe cuál es su referente y, por lo tanto, puede moverse, investigar, explorar y desarrollarse más tranquilo al conocer “el terreno que pisa”. Ese referente no sólo tiene que ver con los límites espaciales y de comportamiento, sino que también le permite ir conociendo acerca de sus emociones, sentimientos y deseos, a ponerle nombre, a aprender cómo expresarlos.
Sin duda la falta de límites genera un ambiente de tensión. Pizarro explica: “Como son fundamentales para un desarrollo sano, un niño que siente que no tiene unos límites claros, muy probablemente va a ir comunicando a sus padres que los necesita. Es así como muchas veces los caprichos, las pataletas, los berrinches, las agresiones a sus padres son un ‘pedido de límites’, ya que sin ellos se siente perdido. Es un llamado a que los adultos ejerzan su rol de autoridad protectora”.
En este sentido, vale la pena aclarar que los niños adoptados no presentan ninguna característica particular que los haga menos proclives a respetar esos límites. “Más bien la diferencia la hacen los padres, que por algunas razones les cuesta asumir y entender que la puesta de límites es una tarea importante y fundamental en su rol parental”, agrega Pizarro. “Muchas veces se confunde límite con castigo, con ser el malo de la película, sin entender que lo esencial de las reglas, normas y hábitos es proporcionar un espacio físico y psicológico claro, coherente, seguro y conocido, donde el niño irá aprendiendo quién es él y quiénes los demás, dónde termina su espacio y empieza el del otro”.
3. La delgada línea entre proteger y sobreproteger
Hay padres autoritarios o, por el contrario, muy permisivos. También extremadamente cariñosos o más bien distantes. Entre esos dos ejes se mueven al educar a sus hijos.
Si bien no se puede generalizar, los padres adoptivos con frecuencia muestran una sobreprotección desmesurada. “Es un estilo que tiene su razón de ser, por el proceso que han vivido antes de recibir a su hijo”, explica el psicólogo.
Al igual que la falta de límites, la sobreprotección entorpece su desarrollo en ámbitos diferentes al de su casa. Los padres sobreprotectores realizan las tareas que un niño, por su edad, está en condiciones de asumir por sí mismo. Esto se da en casi todos los ámbitos de su vida, sin dejar que enfrente riesgos, se equivoque, tome responsabilidades, se frustre y aprenda de esas experiencias. De esa manera, crean una sobredependencia del niño hacia los adultos que están a cargo de él.
El problema de esto es que repercute en el hijo, transformándose en una persona muy demandante, a quien le cuesta respetar límites y separarse de sus padres. “A los papás les ha costado tanto tenerlo, han sido tan evaluados, y entonces cuando llega, es como un tesoro para ellos. Por eso tienen una aprensión a darle su espacio, a dejarlo crecer. Primero, porque temen a la discriminación, a que su hijo no sea absolutamente aceptado, y luego, porque no asumen que vaya a haber otra persona que lo quiera tanto como ellos”, continúa Pizarro.
Es así que estos niños replican las aprensiones emocionales de sus padres. “Si su madre le transmite que nadie lo va a cuidar bien más que ella, no es raro que el niño se sienta inseguro y llore, haga pataletas y no quiera estar con nadie más que con ella”, concluye el especialista.
4. Renunciar a la perfección
“Cuando uno es papá biológico, los hijos te los da la naturaleza o Dios. Cuando uno es papá adoptivo, te los da la sociedad”, relata Fernando Pizarro. El psicólogo explica que eso genera en los padres la sensación de estar siendo evaluados constantemente; se sienten a prueba, cuestionados en su idoneidad como padres. “Es tanto lo que se les ha analizado, que tienden a internalizar el deber de cumplir con las expectativas que se han depositado en ellos”, agrega.
Para Alejandra Aspillaga, el problema muchas veces está en que los papás cierran los ojos al hecho de que sus hijos sean adoptados, “como diciendo que no tiene por qué haber un determinismo en ese sentido. Y no es que lo haya, más bien es que las familias adoptivas presentan ciertas características que las hacen diferentes al resto. No es que los niños adoptados presenten ciertas particularidades, sino que por el modo en que se formó esa familia, siguen ciertas líneas”.
El primer paso para los postulantes a padres adoptivos es haber realizado su duelo por la infertilidad, “un duelo que tiene la particularidad de relacionarse con la pérdida de alguien que nunca existió en la realidad, que es el hijo biológico. Vivir y resolver en buena forma este duelo, implica que los matrimonios puedan dejar atrás las ideas, emociones y sentimientos de rabia, pena, vergüenza, injusticia y culpa, entre otros, ligados a su problema, y abrirse más libremente a esta otra manera de ser padres”, agrega Pizarro.
Y luego, “resulta fundamental reconocer que nos podemos equivocar, que nos está costando. En ese sentido, los grupos de apoyo son muy importantes para los padres adoptivos, ya que muchas veces se trata de matrimonios que llevan varios años solos, entonces, la irrupción de un tercero es más fuerte”.
Formarse expectativas realistas
El nivel de ansiedad con respecto a la crianza disminuye al tener expectativas realistas sobre la adopción. Por ejemplo, hay situaciones que se presentarán inevitablemente, como lo son las preguntas del hijo sobre su origen. Esos momentos serán difíciles, pero ayuda mucho tener claridad sobre lo que vendrá, ya que permite, de alguna manera, “aterrizar” la vivencia de la adopción, entendiendo que es maravillosa, pero que también tiene su lado “B”, uno menos amable.
Lo más importante es saber que todas las familias enfrentan problemas. No existe la familia perfecta, y en eso radica la gracia de vivir, en las pasiones que muchas veces llevan a los errores y a la posibilidad de repararlos y de mejorar, es lo que le da la sal a la vida.
http://revistaadopcionyfamilia.blogspot.com/2009/12/el-desafio-de-ser-padres-adoptivos.html